Comentario
Entre la dimisión de Godoy en 1798 y su regreso al primer plano del poder en 1800, tuvo lugar la difícil gestión del joven Urquijo, quien debió enfrentarse a una crisis económica interior extremadamente grave y a un dilema en la política exterior de enorme complejidad. Era, como lo había sido Godoy, un hombre nuevo y, por tanto, su ascenso estuvo rodeado de todo tipo de especulaciones maliciosas. José Nicolás de Azara, su enemigo político, candidato del Directorio francés para sustituir a Godoy y, en parte, su antítesis, por la larga trayectoria del embajador en la administración, lo consideraba un gris funcionario salido de la nada y que debía su llegada a la Secretaría de Estado al favor y empeño de la reina. Azara sería separado de su embajada en París, y sólo recuperaría su cargo tras la caída de Urquijo y el nuevo ascenso de Godoy.
La situación económica española siguió empeorando: la inflación alcanzó cotas elevadas y las comunicaciones con América siguieron cortadas por la acción permanente del corso inglés. Pero eran las finanzas del Estado las que habían llegado a una situación cercana a la bancarrota. El crédito del Estado había descendido tan espectacularmente, que se corría el riesgo inminente de no poder atender a las urgencias más perentorias, como efectuar los pagos al ejército. La alternativa utilizada por Urquijo fue poner en marcha un proceso desamortizador, ya concebido en sus líneas esenciales cuando Godoy era secretario de Estado, y solicitar al clero un subsidio extraordinario de 300 millones, lo que le valió la enemistad de la Iglesia. Una enemistad convertida en oposición activa por la política eclesiástica de independencia respecto a Roma, aprovechando las dificultades en que se encontraba el Papado, al que los franceses -en frase de Azara al también diplomático Bernardo Iriarte- habían dejado "en calzas y jubón, pues le quitan cuasi todo su Estado temporal, y lo espiritual muy cercenado".